jueves, 3 de julio de 2008

1998

Adiós (1998)

No sé si creerte y quedarme aquí a tu lado, o salir a buscar aquella luz, que me está iluminando momentáneamente como una luciérnaga.
¿Debería creerte? Si solo eres otra extensión de mis deseos y la razón de mi muerte. Pero pareces sol y yo Tierra y me atraes hacia tu calor en una circular monotonía.
Hoy no sé si morir o reír, no distingo diferencia alguna. Pero dudo que esta vez quiera llevarte conmigo. Esta vez no cabes en mi equipaje.


Esterilidad (1998)

Sentí que me mirabas pero que no me veías, fingí no notarlo para observar como reaccionabas. Estabas confundida, tu rostro parecía una pintura. Por un par de minutos pensé que habías olvidado vivir, pero decidí aguardar. No fue en vano, dio resultado. No pasaron ni 5 minutos y abriste la represa de tu rostro dolido y te vi desvanecerte rápidamente. De la dureza con que me mirabas pasaste a acurrucarte en el suelo como un animal atropellado.
Sabía la causa, pero preferí escucharte hablar y fingí estar desconcertado.
Cuando soltaste las primeras sílabas me di cuenta que estaba acabado, era obvio que lo sabías tan bien como yo. Pero me contuve y pensé en seguir fingiendo, extendiendo mis minutos de juicio como si fueran goma de mascar.
El aire se volvió denso, ya no sobraba tiempo para pensar y te levantaste y te marchaste.
Intenté hablarte pero una gran bola de vergüenza me tapó la garganta sacando a flote mi varonil cobardía para afrontar mis errores.
Luego de un par de minutos durante los cuales yo permanecí inmóvil, tú atravesaste la puerta del dormitorio nuevamente, observándome fijamente a los ojos, con una mirada confundida, perdida, que no tardó mucho tiempo en dejar filtrar algunas lágrimas.
Aún no podías hablar, pero no era necesario, tu mirada ya había cargado el arma que me volaría los sesos. Una sola palabra sería detonante suficiente para ver mi sangre chorrear por el respaldo de la cama.
Pero sorprendido como un niño que se entera que Papa Noel no existe, te escuché decir “perdón”.
Una tranquilidad profunda recorrió mi alma. Era yo el único que guardaba mi secreto y a la vez estaba siendo víctima de un hecho similar.
Había salvado mi relación, pues nunca imaginé que sería culpa de ambos el que no pudiéramos tener hijos.



Monotonía (1998)

Me detuve frente a ti. Eras impactante a primera vista. Lucías blanca y pura como la esperanza de un niño. Te miraba y te veía frágil, te veía polvo, tan volátil como los días de mi vida.
Luces de colores se cruzaban frente a mis ojos cada vez que te pedía. Era el único momento en que tu cambiabas de color, que desaparecía tu pureza blanquecina, que me separaban de ti.
Fueron miles las veces que eso ocurrió, pero no te olvidaba por nada, es más, cada día te extrañaba más y más hasta el límite del delirio.
Luego cuando me creía perdido traspasaba los barrotes de la abstinencia y tenía tu blancura de vuelta, te volvías mía.
Así mi vida tomó una corriente de emociones.
Ese hecho había logrado cansarme, la monótona necesidad que sentía hacía ti, me estaba empañando la vida, me estaba nublando.
Decidí cambiar mi rutina y tomé la decisión de quererte más aquel día, pensaba sentirte completa.
Por un instante la cadena que me amarraba a la monotonía se rompió, logré escapar de ella y me sentí desorientado como un pichón que abandona su nido. Veía pájaros y cabras en perfecto vuelo, las calles y veredas con oleajes marinos y me sentí libre, desconectado del mundo agobiante que antes me atrapaba.
Pero no duró mucho, pues te quise demasiado aquel día, tanto que me pasé de la raya, vi las luces devuelta, tal vez no eran las mismas fuentes las que la creaban, pero sí la misma monotonía.

No hay comentarios: